Terminaba mi trabajo, como todos los días, ya casi por volver a mi casa y notaba una pesadez extraña en el aire, me convencí de que eran locuras mías y me retiré del local como si nada. Casi llegando a mi casa, a unas cuadras exactamente, mi celular empezó sonar de repente haciéndome sobresaltar. Atendí y aturdida por unos cuatro gritos, intenté comprender lo que me decían, “vení ya para acá”, gritaba mi jefa. Fastidiada volví al local. Mi encargada, echando humo por la nariz, me gritó culpándome por un dinero faltante.
Asombrada le repetí que no sabía de qué me hablaba un par de veces pero seguía sin creerme. Me golpeó con una regla de madera en la mejilla, llevé mi mano hacia la zona debido al dolor. (No era la primera vez que lo hacía.). Sacó mi bolso de mi mano y comenzó a saquear y desechar todo lo que tenía en él, buscando el dinero, creo yo. Sentía cómo el odio nacía en mi interior, por lo que le pedí que parara. Recordándome que ella era la autoridad, comenzó a revisar los bolsillos de mi campera y de mi pantalón. La empujé, cansada de la situación, aunque fue en vano. Luego de una pelea que parecía interminable, levantó su mano con dirección a mi cara y al instante reaccioné empujándola. Ella perdió el equilibrio y golpeo contra una estantería de perfumes. Todos cayeron sobre ella como una avalancha. El lugar se tornó asfixiante ante la fuerte mezcla de aromas que apareció en el aire, además por las brillantes gotas de sangre que brotaban de su cuerpo.
Me preocupé por un instante pero de igual manera recordé todas las cosas que sufrí en ese lugar. Ella, aún mareada, intentó levantarse, yo ya había recogido mis cosas y cuando la vi, con la misma regla de madera la golpee en la cara, haciéndola caer al piso otra vez. Me fui a mi casa como cualquier día, solo que con una regla de madera, nueva, en mi bolso.
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